En el taller de Cerratap, el sonido de las máquinas nunca se detiene. Es un ritmo constante, marcado por el golpeteo del metal, el silbido de las herramientas de corte y el zumbido de los equipos CNC. Aquí, entre el olor a grasa y el calor del acero trabajado, la historia de una familia y su compromiso con la manufactura se ha forjado generación tras generación. Pero más allá de la tecnología y la precisión de cada pieza, hay un elemento que se mantiene constante: la vestimenta de trabajo.
Para Andrés García, fundador de Cerratap, el oficio siempre estuvo ligado a la disciplina y la presentación. Desde los primeros días en los que trabajaba con un torno manual en el patio de su casa, aprendió que vestir bien en el taller no solo es cuestión de apariencia, sino de seguridad y comodidad. “Uno no piensa en eso cuando empieza, pero la ropa adecuada hace la diferencia entre un trabajo seguro y uno lleno de riesgos”, dice con la seguridad que solo la experiencia otorga.
Su hijo, César, creció entre las máquinas y el olor a aceite industrial. Desde niño, miraba a su padre trabajar con dedicación, siempre con la misma vestimenta: pantalones resistentes, camisas de algodón de manga larga y botas de seguridad. “Para mí, ese era el uniforme de alguien que sabía lo que hacía”, recuerda. Con el paso del tiempo, el primogénito decidió estudiar ingeniería industrial y asumir el reto de modernizar el taller familiar. Sin embargo, hay cosas que nunca cambian: la elección de la ropa de trabajo.
En Cerratap, la familia García ha optado por los pantalones y camisas de vestir Dickies, no solo por su durabilidad, sino porque representan la misma evolución que ha vivido su empresa. “Es una marca que ha sabido adaptarse a las necesidades de los trabajadores sin perder su esencia”, explica César. “Nosotros hemos pasado de un torno manual a máquinas CNC de última generación, pero la exigencia en la ropa sigue siendo la misma: debe ser resistente, funcional y cómoda”.
Desde los días en los que Andrés reconstruía piezas con herramientas básicas hasta la implementación de procesos automatizados, la vestimenta siempre ha sido una parte clave del trabajo. La ropa de calidad no solo protege contra los peligros del taller, sino que brinda la seguridad necesaria para desempeñar el oficio con confianza. “El metal puede ser implacable”, advierte Andrés. “Un descuido, una tela que no resista lo suficiente y el daño puede ser grave. Es por eso que siempre usamos ropa que sabemos que va a durar y a protegernos”.
El taller de Cerratap es un reflejo de la evolución de la manufactura en México. Con clientes que exigen precisión y rapidez, César ha impulsado la implementación de tecnología avanzada para cumplir con los estándares del sector. Sin embargo, la modernización no ha significado el abandono de los valores que su padre le inculcó. “El trabajo bien hecho sigue siendo nuestra prioridad, y eso se refleja en todo lo que hacemos, hasta en lo que vestimos”, dice con orgullo.
La historia de la familia García y Cerratap es un testimonio de cómo el esfuerzo y la tradición pueden trascender generaciones. Al igual que su taller ha evolucionado sin perder sus raíces, su elección de vestimenta sigue siendo un símbolo de resistencia y adaptación. Dickies, con su legado de calidad e innovación, se ha convertido en parte de esa historia, vistiendo a quienes, como los García, construyen el futuro con sus propias manos.